La crisis financiera ha mostrado que los líderes europeos pueden actuar con rapidez, decisión y de manera colectiva cuando se necesita, como sucede cuando millones de empleos están en juego.
Pero mientras los políticos están ocupados rescatando bancos, bajando impuestos o recortando tipos de interés, una tormenta aún mayor se avecina. Evitar esta crisis requerirá una acción concertada incluso aún más decidida. Y deben ponerse a ello.
La crisis climática está destruyendo los medios de vida de millones de personas.
Las comunidades más vulnerables están enfrentándose a unos desastres naturales --sequías, huracanes, inundaciones-- que se han multiplicado por cuatro en una década. En Haití, uno de los países más pobres del mundo, la población ha sufrido el paso de tres huracanes en pocas semanas.
Detrás de estos titulares hay millones de tragedias cotidianas silenciadas: mujeres forzadas a caminar más lejos para encontrar agua para sus hijos, campesinos que tienen que aventurarse a plantar sus semillas y que ven cómo las arrastran lluvias torrenciales cada vez más imprevisibles, niños y niñas que son sacados de sus escuelas para trabajar y ayudar con los ingresos familiares...
El cambio climático constituye una violación de los derechos humanos. Millones de personas pobres ven su derecho a la vida, a la seguridad, a la comida, al agua, a la salud y a la vivienda vulnerado por un ritmo acelerado en el calentamiento global.
Aunque el cambio climático es, principalmente, un problema para los pobres, no es un problema de los pobres. La responsabilidad recae sobre los países industrializados, como los de la UE, que se han desarrollado consumiendo combustibles fósiles durante el último siglo y elevando el CO2 a los niveles de hoy.
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